Publicaciones de las vivencias de un globero bloguero, hombre (es decir, XY) blanco, heterosexual, católico, donante de sangre y aficionado a montar en bici.
Domingo, 28
de octubre de 2012 (Festividad de los Apóstoles San Simón y San Judas Tadeo).
Veintiún días sin subir a la bici. Veintiún días sin
darme una carrera a pie. Solo yo soy el culpable de tal abandono. Pero con la
ilusión de un niño, me levanté en una mañana fría y de cielo despejado.
Estrenamos la aurora y la nueva hora (retrasando el reloj una hora la pasada
noche). Desayuno austero: tostadas y leche con café.
Recojo la bici, hincho las ruedas dejando la presión
por debajo de los ocho bares. Me dirijo al velódromo a tomar la salida. Allí
hay ciclistas en activo y otros en baja médica o de capa caída: Nacho, que
conduce por enésima vez esta temporada; Pichín, que tiene ganas de ver a los
amigos y lleva con la bici colgada ya muchos meses; Alejandro, que está
convaleciente por aquella caída de agosto; Tomi, que le viene mal el frío y
Jesús (de Coslada) que también va de paisano.
Tomamos la salida camino de la carretera vieja de
Alcalá de Henares, por la vía de servicio paralela a la
A-1. Nos desviamos por la carretera de
Mejorada y nuevo desvío a Torres. En Torres los jóvenes ponen un ritmo muy vivo
que obliga a que Carlos Bravo les dé un toque de atención. Llegamos agrupados a
Valverde de Alcalá. En la subida a Corpa el grupo se deshace como un terrón de
azúcar y cada uno sube conforme sus fuerzas le permiten. Arriba desde el coche
de apoyo nos tiran fotos con gesto sufriente. De camino a Pezuela se produce un
reagrupamiento. Giramos hacia Olmeda de las Fuentes.
Abro un paréntesis para recordar que Olmeda de las
Fuentes, cuando anteriormente se llamaba Olmeda de la Cebolla, vio nacer en su
seno en el año 1564 a
Pedro Páez, hijo de una familia acomodada que tuvo tres o cuatro hermanos. Fue enviado
a estudiar con los jesuitas a Belmonte y más tarde a la Universidad de Alcalá
de Henares –la mejor universidad de España y auténtica universidad complutense
(no esa universidad de Madrid, que tiene nombre robado). A los dieciséis años
marchó a Portugal donde pasó dos cursos en la Universidad de Coimbra
en el crucial año 1580, vísperas de que Felipe II uniera la Corona de Portugal a las
heredadas de su padre Carlos I de España y V de Alemania. Lo que me interesa
destacar hoy de este pueblo madrileño y del propio Pedro Paez es que este
fraile jesuita emigró a tierra de herejes en busca de la evangelización donde
pasó penurias, fue apresado por musulmanes y encerrado en prisiones varios
años. Llegó al reino de Abisinia (actual Etiopía) y en abril de 1618 en esa
búsqueda de llevar la Buena Noticia
y acompañando a tropas portuguesas al servicio del rey Susinios de Abisinia,
ascendieron hasta los tres mil metros de altitud –montanas de Sahala, al sur
del lago Tana- para divisar el curso de un riachuelo que brotaba de algún lugar
de la montaña, al que iban de desembocar otros arroyos, alimentando un cauce
cada vez más caudaloso. Había descubierto las fuentes del rio Nilo, río que se
disputa con el Amazonas, ser el más largo del mundo.
Casi un siglo y medio después, un escocés, James
Cruce, reclamó para sí la gloria de ser el primer europeo en alcanzar las
fuentes del Nilo, en el año 1770.
La carretera de Olmeda de las Fuentes se lanza hacia
abajo con una sucesión de curvas que obliga a tirar de freno más de lo deseado.
Acto seguido y con pocos metros de llano pasamos a ascender unas rampas camino
de Nuevo Baztán. Fue en esta subida donde sufrí un pinchazo de la rueda
trasera. Paré, di aire a la rueda, y continué hasta arriba donde el amigo
Pichín dio rienda suelta a su actividad profesional y me ayudó en pocos minutos
a tener una cámara óptima en el interior del neumático tras extraer un trozo de
cristal. Digo lo de “cámara óptima” y no “cámara nueva” porque esa cámara ya
estaba usada y tenía un parche lo que fue objeto de crítica por varios de los
presentes, que argumentaban que era más barato comprar cámaras nuevas que poner
parches. Yo creo que no es verdad y se puede comprobar con calculadora en mano
pero no tengo ganas de porfías y disputas.
En Nuevo Baztán paramos a tomar un café y
posteriormente a comer unas migas (plato típico de esta zona de la Alcarria –Alcarria de
Alcalá-) regadas con vino tinto.
Poco después arrancamos camino de Valverde de Alcalá,
Torres de la Alameda
y Torrejón de Ardoz.
Hasta el próximo día.
Torrejón de Ardoz, a veintiocho de octubre de dos mil
doce a las quince horas y dieciocho minutos.
Domingo, 7
de octubre de 2012 (Festividad de Nuestra Señora la Virgen del Rosario, patrona
de entre otros lugares de Torrejón de Ardoz).
Los economistas hablan en sus teorías económicas de un
concepto llamado “coste de oportunidad” que consiste básicamente en
discernir que con una cantidad para gastar puedes escoger entre gastar más o
menos en unas cosas, y menos o más en otras cosas. Este concepto vale para la
vida diaria. Si quieres coger la bici el domingo, el coste de oportunidad
implica que ese mismo día del domingo no podrás estar en casa mirando papales,
viendo la tele o dando un paseo con la mujer y los niños. Pues bien, este
domingo el coste de oportunidad en mi caso era escoger entre salir en bici, o
bien ir con la familia a ver la fiesta de Torrejón y en particular el Homenaje
a la Bandera
de España.
Creo que acerté en salir con la bici, pues el paseo o la
excursión o la quedada fue muy satisfactoria.
Como estamos ya en octubre, la salida se realiza a las
nueve de la mañana. No obstante me levante a las siete de la mañana para
desayunar tranquilamente. Puré de patata, calabaza y calabacín y cuatro
tostadas con mantequilla y mermelada. A las ocho en punto salí de casa para
recoger la bici, dar presión a los neumáticos, calzarme las zapatillas de
ciclista y arrancar. A las ocho y cuarto llegué al velódromo y me puse en
“stand by” en un banco hasta que llegaron los primeros compañeros: Rafa con la
bici y Miguel con el coche.
Estos primeros días de octubre están siendo cálidos,
por el retraso del veranillo de San Miguel y voy con pantalón corto y con
chaleco y manguitos. Sobre las ocho menos cuarto empiezan a llegar ciclistas de
todas las categorías: gallos, supergallos, campeonísimos. Los de categoría
“insular” y “continental” somos los menos. Así que habrá que estar muy atento a
los cortes. En la salida también se presenta Alejandro, convaleciente de una
dura caída sufrida en el pasado mes de agosto y que le ha costado diversas
fracturas y daños en el pericardio. Estaba con buen aspecto y deseoso de
empezar de nuevo a rodar. Se coloco de copiloto con Miguel en el coche escoba.
José-Luis González arrancó a las nueve y cinco pero
nadie le siguió de inmediato así que yo, que tenía la vejiga llena arranqué
hacía Loeches para realizar una
micción en los márgenes de la vía interurbana.
Al igual que pasó el anterior domingo, no se desató
guerra hasta el café. Así fuimos juntos y en los repechos los “pro-Tour” se
apiadaban del resto de compañeros y nos esperaban dando vueltas a las rotondas
como así pasó en Campo Real. Actitud que hay que aplaudir ya que desde estas
páginas a veces he recriminado la conducta contraria.
Desde Campo
Real tomamos una carretera que nos dirige a Perales de Tajuña. Se trata de un tramo llano que poco antes de
esta última población nos hace bajar hasta la vega del río Tajuña. Dado que
vamos cuesta abajo y la velocidad es alta hube de ser muy precavido y vigilante
puesto que el estado de la carretera está muy mal, de hecho ya han paso por la
presidencia de la Comunidad
de Madrid, Leguina, Gallardon, Aguirre y ahora Ignacio González, y la carretera
sigue hecha una porquería. De tal modo es así que nuestro compañero Emilio
pinchó por causa de introducir la rueda en una de esos baches-vaguadas.
Resuelto el problema nos reagrupamos llegando a la
población de Tielmes (kilómetro 37
aproximadamente), donde paramos en el bar-restaurante Castilla a tomar el café.
Tras este receso, retomamos el sentido de la marcha
para desviarnos a la izquierda, para llegar a Valdilecha, carretera ésta que conocemos más por descenderla que
por este sentido ascendente. Así fuimos agrupados hasta la población pero a su
salida, donde la pendiente se endurece, el grupo se fraccionó. Por delante, la
mayoría de ciclistas, gallos, supergallos, pro-tour. Por detrás, desunidos
(como las autonomías españolas), los pollos, insulares o continentales.
Subí solo, fui adelantado por Benito, al que ya no
pude alcanzar. Fue alcanzado en el llano por Jesús “Sobradillo”, Victor y
Martín y formamos un cuarteto que hicimos el resto del recorrido sin alcanzar a
nadie y sin ser atrapados por detrás. Llegamos a Pozuelo del Rey y realizamos una bajada rápida a Torres de la Alameda donde alcancé
la velocidad máxima de la jornada 76 km/h. Torres de la Alameda estaba también de
fiesta, al parecer también tiene como patrona a la Virgen del Rosario, y nos colamos
por una calle cortada donde estaban los kioskos de los confiteros y los
tio-vivos. Tomamos la carretera nueva que nos lleva a las vias del AVE y allí
noto que las piernas flojean: Jesús tira con el plato grande y yo tengo que
subir más flojo con plato pequeño. Victor y Martín aguantan el ritmo de Jesús y
yo tengo que apretar los dientes para que los abuelotes no tengan que mirar
para atrás a ver que pasa conmigo.
Ya en la cuesta abajo nos lo tomamos más calmados y
así entramos en Torrejón para llegar a casa alrededor de las doce menos diez.
Se cumplen en este día, 7 de octubre, 441 años desde la Batalla de Lepando,
acaecida en 1571. El mar Mediterráneo en el siglo XVI estaba dividido en dos mundos
que dominan de manera contrapuesta un espacio común: De una parte el mundo cristianismo
(en el que el Imperio Español es el paradigma) y de otra, el islamismo (Imperio
otomano) llevaron a ese ámbito su particular guerra santa: la cruzada y el
yihad. La monarquía de Felipe II supo hacer de la causa religiosa y de la
oposición a los otomanos el lazo de unión más popular entre los pueblos de
España y los del sur de Italia. Además, la tradición de la lucha contra el
infiel daba razón suficiente para la entrada en el conflicto a los poderosos
Estados Pontificios.
Al margen de todo ello, la defensa del Mediterráneo
era en esos años vital para España, ya que las incursiones de la marina turca y
de los corsarios del norte de África ponían en peligro la comunicación militar
con las posesiones italianas y la llegada a los puertos levantinos del trigo de
Sicilia. No era un empresa fácil, pero el contexto español tiene los siguiente
antecedentes: Tras el fin de la reconquista en 1492, los moros en territorio
español no se adaptan a las normas jurídicas y a las costumbres y viven como
una auténtica quinta columna. Por otra parte, España está en plena expansión
tratando de evangelizar y conquista América y sus mejores hombres están en la Nueva España. Además estamos
descubriendo nuevos mundos tras América: el Oceano Pacífico, conocido como el
Lago Español, nos obliga a inspeccionar el más inmenso mar de la Tierra y para ello hacen
falta muchos hombres y mucho dinero. Gracias a ello se toma posesión para
España de gran número de islas tales como los atolones del pacífico (ahora en manos
de Inglaterra, Francia y USA), Papua-Nueva Guinea, Filipinas, pugnamos con
Portugal por las islas Molucas, … En fin, con se suele decir tenemos más
guerras que el Emperador Carlos. Y Carlos era el padre de Felipe II, el hombre
que triunfa con la batalla de Lepanto.
Además, en España los moriscos del antiguo reino de
Granada se rebelan (guerra de las Alpularras) en 1570. El 25 de mayo de 1571,
España firmó con el papa Pío V y Venecia las capitulaciones de la Liga Santa, que iba
dirigida a la guerra total. El acuerdo comprometía a Felipe II a contribuir con
la mitad de los hombres y el dinero, a Roma con 1/6 y a Venecia con 2/6. La
armada cristiana, al mando de don Juan de Austria, salió de Mesina el 16 de septiembre
de 1571, compuesta por cerca de 280 naves y 30.000 hombres, tras llevar dos
días de ayuno en penitencia. Los primeros días de octubre avistó a la flota
otomana, algo superior en número de buques, en el golfo de Lepanto; Álvaro de
Bazán, marqués de Santa Cruz, y Alejandro Farnesio convencieron a don Juan para
iniciar un ataque inmediato. El comandante turco, Alí Bajá, planteó una
estrategia envolvente para empujar a los navíos aliados hacía el interior del
golfo, pero la fortaleza de los buques españoles, que combatieron en el centro
de la formación, y la eficacia de un mejor armamento, junto con la adecuada
estrategia de los capitanes, dieron la victoria a la Liga Santa. La batalla
duró cinco horas y en ella murieron, aproximadamente, 35.000 hombres (¡¡¡
Piénselo: 35.000 muertos en 5 horas, es decir, casi 2 personas por segundo).
Hay que recordar que los venecianos, 1/3 de las fuerzas, quisieron abandonar
por enfermedad antes de la batalla, pero las risas de sus compañeros españoles,
por parecer cobardes, les obligó a replantear la situación. Gran número de
dichos españoles estaba compuesto por catalanes, por mucho que les pese a los
de Convergencia y Unión y a los de Izquierda Republicana de Cataluña.
Por otra parte, es conocida la leyenda del Cristo de
Lepanto: el buque español en el que iba Don Juan de Austria portaba un gran
crucifijo y se dice que cuando se dirigía hacía él una bala de cañón musulmán,
el Cristo esquivó la bala con un giro de cintura. Dicho cristo, curvado hacia
la derecha, pasó a llamarse Cristo de Lepanto está en la Catedral de Barcelona
donde recibe la oración de los fieles y donde se ha conservado, sin verse
afectado por las convulsiones revolucionarias de nuestro país (cuando digo
nuestro país me refiero a España, Cataluña incluida, evidentemente), que en
demasiadas ocasiones han tomado un sesgo iconoclasta, para que los
nacionalistas catalanes que gustan de celebrar misa en la catedral lo recuerden.
Ya me gustaría extenderme en este recuerdo de la Batalla de Lepanto, pero
no siendo el objeto principal de mi cuaderno, me atrevo a recordaros los
siguientes títulos al respecto: J. Costas Rodriguez, La batalla de Lepanto. Madrid, 1987. J. Dumont, Lepanto, la historia oculta.. Madrid, 1999. Cesar Vidal, Victoria o muerte en Lepanto. Madrid, 2002.
Hasta el próximo día.
Torrejón de Ardoz, a siete de octubre de dos mil doce a
las dieciséis horas y treinta y siete minutos.